lunes, 21 de marzo de 2011

Descanso y conejos

-!Hay estos conejos¡-.
Esta feliz frase fue mi primer pensamiento de esta mañana, cuando Paquiao, mi conejo gris, trepo a mi cama de un salto y comenzó a hacerme cosquillas en la cara con los bigotes, despertandome.
Yo lo acaricie y lo tape con las cobijas. Ya protegido del frío, me lamió un poco la mano y se hecho a descansar.
La primavera empezó hoy, y gracias a Benito Jaurez, quien fue muy ocurrente la nacer, el día huele a Domingo a pesar de ser Lunes.
Mi hermano iria con unos amigos a Cuernavaca y mi padre y yo lo fuimos a dejar. Regresamos y descansábamos felices. Después de un rato me dijo -Margaro esta enojado, le hablo y no me contesta-.
Margarito es el hermano de Paquiao, un conejo negro gordito y gruñon. Era le primer día que sacábamos la jaula a la zotehuela.
Fui a verlo y estaba echado en su jaula, sin moverse, los ojos entrecerrados le daban una apariencia de cansancio. No lo quise molestar y lo deje en paz. Le deje abierta la jaula para que corriera cuando se sintiera mejor.
Pase gran parte del día jugando con mi Wii recién pirateado. Un buen día de descanso.
En las primeras horas de la tarde me sorprendió no haberlo visto, fui a buscarlo y no lo vi. Mi madre me comunico que estaba atrás del lavadero, en el rincón mas oscuro y frío. Fui, me agache me moje un poco las rodillas pero no importo, lo toque y le hable, peor el conejo apenas se movió.
Entendí que estaba enfermo, vi en su jaula rastros de diarrea y me preocupe, pero lo deje en paz otra vez.
Mi preocupación se acrecentaba conforme la tarde se hacia grande, y a eso de las tres decidí sacarlo de ahí.
Me agache, estire la mano para tocarlo y el se movio para alejarse, trate de cargarlo y note que estaba muy sucio y mojado. Sabia que no seria agradable, pero hice un esfuerzo y lo saque de ahí ensuciandome las manos. Lo puse en el lavadero y trate de lavarlo, mi madre me ayudaba.
Margaro siempre fue un conejo gordo, pesaba mucho y era muy fuerte. Hoy estaba flaco, me parecía que pesaba casi la mitad de lo normal y apenas se movía con gran debilidad.
Empezó a temblar con el agua y decidimos sacarlo al sol para calentarlo. Lo coloque en una bandeja de plástico y lo pusimos al sol hasta que se sintió caliente. Dejo de temblar al poco tiempo, colocamos acerrín en la bandeja y lo metimos.
Coloque la bandeja en mis piernas. -No te mueras- le repetía con dulzura y le apoyaba la cabeza.
Margarito era enojón y mordelón pero también era tierno. Muchas veces en mis ratos de soledad, tumbado en la cama, el trepaba y me hacia compañía. Me lamia la cara y las manos, algo que se supone no hacen los conejos, y a cambio yo le acariciaba las orejas y el lomo y me sentía feliz. Ahora el moría en mis piernas y yo no sabia que hacer.
Paquiao y Wazabie, mi coneja, estaban muy tranquilos desde hacia horas, no bebían, no rascaban, no mordían el gallinero de sus jaulas. Margaro respiraba. Mirar el perfecto ritmo con que su abdomen se abultaba resultaba tranquilizador. Notaba que paulatinamente la respiración se hacia mas débil, pero tenia esperanza ...
Yo le repetía inútilmente "no te mueras", creyendo con ingenuidad que mis palabras le darían fuerza para vivir.
Pasaron dos horas ... de pronto el ritmo se interrumpió, el aire pareció quedarse en su pecho esta vez y se inflamo sin pasar al abdomen, la cabeza de Margaro tembló un poco sobre mi mano. Lo moví ligeramente y respiro, pero cuando quizo jalar aire ocurrió lo mismo, se esforzó con desesperación y emitió un agudo y breve chillido, una lágrima se desbordaba en mi ojo mientras mis manos trataban de ayudarle a respirar presionando su pecho. Abrió la boca y emitió otro chillido ... no volvió a respirar más. Mis ojos rozados, no pudieron contenerse, empecé a llorar mientras miraba su cara. Fue un breve instante que se me hizo eterno, y un llanto sincero salio de mi, como hace mucho tiempo no me ocurría.
-Vamos a enterrarlo- le dije a mi madre. -Pero todavía se mueve un poco- me replico.-No, se que esta muerto-.
Mi padre había llegado y salimos a enterrarlo, mi madre lo llevo en la charola, mi padre empezó a picar y yo sacaba la tierra, pero después yo pique, yo quería picar, yo quería enterrarlo.
Lo coloque en la fosa y cayeron paleadas sobre su lánguido cuerpo. Pronto solo su cabeza sobresalía , la mire y quedo grabada en mi memoria, como si el intervalo de tiempo entre paleadas fuera inmenso. La tierra cubrió para siempre esos ojos y esos bigotes que tanto me alegraba de ver.
Me pregunto si la breve vida que tuvo como mi mascota le fue agradable. Darle de comer lo que me sobraba o no me gustaba acariciarlo, cargarlo, llevarlo a misa para presumirlo con las chicas jóvenes, corretearlo, jugar con el, acurrucarlo ... No se si a el le agradó, pero yo nunca lo olvidare. Nunca olvidare a este conejito y siempre lo recordare con una sonrisa. Siempre ... empezando por mañana =(.
Por cierto, gracias Lucero ...


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