viernes, 2 de marzo de 2012

Vestir con saco

El horrible y estrepitoso ruido del despertador interrumpió mi sueño. Soñaba con un examen profesional, y mi profesor de ecuaciones diferenciales, en papel de perverso sinodal, me hacía sudar la gota gorda con un problema de números complejos. Mi mente presionada para resolver un problema inteligible, se agotaba sin poder comprender.
Vi la hora, 4:30. Me había acostado recién pasadas las 2:00, pero no pude dormir hasta cerca de las 3:30. El insomnio me había mantenido atento a los sonidos de la noche, sus eternos cómplices.
Debía exponer en mi clase de Ecuaciones a las 8:30. Vestir de traje era un requisito, un horrible requisito. -Tal vez por eso tuve un mal sueño- me decía a mi mismo mientras buscaba que ponerme. Llevaba encima la ropa de dormir, que no es otra que unos boxers y la playera del día anterior. No tengo traje, nunca he tenido uno, nunca pensé necesitarlo, no como hoy. Encontré un pantalón de vestir y una camisa azul algo raída del cuello, .
Medio vestido paseaba por la casa mientras mi ánimo decaía. Desde niño vestir formal siempre fue un signo de malestar a corto plazo. Por lo general se trataba de una aburrida y bochornosa fiesta. Saludar gente que no me importaba y a la que yo no le importaba. Tener que aguantar su sentido del humor tonto, pasar las horas viéndolos sonreír, bailar y beber. Tres cosas que no hacía y no creía poder hacer jamáz. Ahora, como de niño, la ropa borraba de mi rostro la sonrisa y me inducía a tener pensamientos turbios.
No tenía saco. al final del ropero encontré el traje de mi hermano dentro de su hule, aquel que se compró para entrar al seminario. Pensé en hecharle un vistazo. Saqué el traje, retiré el hule y lo contemplé un momento. Me dió miedo. Tan negro, tan pulcro, tan serio. Lo guarde. No quería estar en su traje. Es su traje, solo suyo.
También había ahí un saco que perteneció a mi abuelo. Lo probé y era demasiado grande. Frente al espejo me ví curioso. Miraba a un hombre que era el niño de siempre, de rostro lúgubre, inconforme de como le quedaba la ropa. Me sentí ridículo y pase mucho tiempo antes de decidir que hacer. Solo con camisa no me veía bien, necesitaba ayuda de mi padre. Mi padre siempre constituyó el último recurso. Pedirle ayuda de niño no era agradable y aunque las cosas han cambiado, la costumbre no. Hice todo cuanto pude para pasar el tiempo, por si despertaba solo y no tener que molestarle, incluso le di forma a la barba.
Eran las 5:30 cuando me decidí. Toque a la puerta de mis padres y le pedí un saco y una corbata. Me los prestó con agrado y prendió la tele mientras yo me terminaba de vestir.
-¿Me ayudas con la corbata?, es que no se ...
Le quedo un poco corta, pero me gusto, me gustó como me veía, rara sensación, casi desconocida, sobre todo con un saco encima.
Sin embargo mi ánimo no mejoro del todo, salir vestido de esa manera me causo sensaciones conocidas pero felizmente poco recordadas. Los días de escuela con uniforme, el frío de las mañanas, mi padre que solo veía cuando me llevaba a la escuela, la falta que me hacía entonces. El miedo, la flojera, la infelicidad. Esa inseguridad angustiante, que recorre el cuerpo y se queda pegada en el estómago. Pensar en cómo me veré, cómo me verán, cómo me tratarán.
Tenía hambre, en casa mis pensamientos nefastos me habían quitaban las ganas de comer. Una tamalera pasaba con su triciclo, apenas iva a ponerse, era temprano. Pedí una torta de verde para llevar y me hablaba de usted. No me agrado. Es cierto, tengo 25 años y voy de vestir, soy un señor en toda regla. -Nada como el trato jovial de los jovenes para con los jovenes, como dos iguales, complicidad alegre ante una vida correcta pero amarga, sensación mas grata que la del respeto- pensaba mientras me despachaba.
Mientras tanto mi camión pasó raudo a unos metros, salen cada 5 minutos, no era tan grave. Pasaron 10 minutos y nada. De pronto viene uno a toda velocidad, seguido por otro igual. Inmersos en competitiva carrera pasan de largo. Seguro el primero se hizo pendejo y marcho lento para cargar más gente, pero el segundo le dió alcance y le agandallaría el pasaje a partir de ese punto. Sea como fuere sus actos me condenaban a 15 minutos de retraso. Pasaron 20 desde la espera y porfin aborde.
Supersticioso, culpé al traje de mi pequeña desgracia, nunca me había sucedido en 7 meses que llevo de asistir a esa escuela, y justo hoy ...
Sin embargo recordé una máxima de mi niñez. Un día que empieza mal resulta muy bueno, mientras otro que pinta para ser bueno termina jodido, ironía que prepara la vida para aquel que espera con ánsias los buenos acontecimientos o con angustia los sucesos terribles. Volví a mi rutina. Recé el Rosario, llegue a la escuela, entre tarde a mi primer clase, como de costumbre. Al terminar salí y vi a Armando, amigo de Salma, mis compañeros de exposición.
En todo ambiente en que me he desenvuelto siempre hay una joven bella que distrae mis pensamientos y atormenta mi corazón, precio que debo pagar a la vida por ser poco atractivo. En la escuela éste fenómeno responde al nombre de Salma.
Con Armando no suelo hablar sin embargo su nerviosismo por la exposición le animó a abordarme. Mi tranquilidad pareció caerle bien y conversamos algo. Llego Salma. Vestía una falda negra, blusa elegante y medias. Se veía hermosa. Con su clásico tono burlón de niña molestoza comentó entre risas acerca de nuestra apariencia y nuestras corbatas. Pasamos, fuimos los últimos del día con solo 15 minutos disponibles. Apenas terminábamos algunas correcciones cuando nos tocó pasar.
La exposición fue breve pero exitosa. Si bien era un poco deficiente nuestro trabajo, un poco de humor y la belleza de Salma la animaron bastante.
Posteriormente todo fue grato, los amigos decían que no me veía mal.Incluso Lucero, una joven de linda apariencia pero de alma bellísima, me saludo de lejos y me comento que me veía bien con aquella sonrisa sincera, tan particularmente suya y de las personas de buen corazón.
Fue un buen día al fin y al cabo. Supongo que no me es fácil deshacer aquellas programaciones de la infancia, suerte para mí que no todas son malas...