Han pasado tres años ... quizá cuatro o cinco, es difícil saber.
Una amiga que sabía de mi predilección por los conejos me llamó al restaurante donde trabaja. El gerente, su jefe, quería regalar un conejo. Su nombre era Checho y era, por mucho, el más huraño que yo había conocido jamás.
Era un belier de hermoso color marrón, de unos 5 años de edad.
Checho había pasado lo que le quedaba de vida alegrando a las visitas con su hermosura y sus corajes. Si lo tomabas y acariciabas se quedaba quieto, esperando tranquilamente le momento de la venganza. En el momento de soltarlo y tocar el suelo desataba su ira y golpeaba en el suelo con sus patas traseras. una, dos, hasta cuatro veces como señal de un descontrolado enojo.
Siempre prefirió estar encerrado y tranquilo. Una vida relajada sin nadie que le molestara.
Hace un mes el pobre pasó a mejor vida. Se puso malo y no quería comer. De su habitual jaula en el jardín, pasó a habitar el cuarto de servicio, y solo comía cascaras de plátanos y hojas frescas, lo demás lo rechazaba.
Un día fui a la escuela y mi novia estaba en casa con mis padres. Notaron que Checho empeoraba y fueron al veterinario para socorrerlo.
El pobre no lo logró y expiró en sus brazos. Fue un momento muy triste.
Checho era bastante anciano para ser un conejo, había vivido de más. Aún así su muerte fue mi culpa, por el descuido tenía una infección fuerte en la oreja que termino por quitarle la vida.
Cuando llegué de la escuela me avisaron del deceso y lo enterré ne el jardín frente a un mandarino.
Para mi todo había terminado. Había sido una mascota algo huraña pero había tenido sus buenos momentos. La vida seguía. Eso era lo que yo creía.
Aparte de Checho, en casa hay otra mascota. Vela es una perrita de 2 años. Su raza es totalmente incierta. Su tamaño es entre mediano y pequeño. Sus colores son una enredosa mezcla que le hace ver de un café cenizo. Perra como ella no hay otra. Es una perrita muy cariñosa pero muy traviesa. Su ímpetu cuando está inquieta solo se compara a su inmensa flojera cuando anda quieta. Tiene una personalidad de contrastes. Y en ambos extremos se vuelve desobediente.
He mencionado el jardín. Ése jardín es mi más grande afición de los últimos días.
Con gran esfuerzo lo riego por las noches y en los días lo contemplo. Mi corazón se alegra con cada nuevo retoño y se apachurra con cada hoja seca. Mi condición de jardinero principiante me permite vivir la desdicha de las plantas secas por malos trasplantes y errores muy básicos. Aún así cada día aprendo más, las plantas me comunican con su verdor cuando un trabajo está bien hecho y una decisión es acertada.
Sucedió que esta noche salí a regar. En el día había observado como al regar el pasto con detenimiento la noche anterior, surgía un verdor en el césped y la tierra se conservaba húmeda en algunos puntos en los que antes se secaba.
Mi descubrimiento me había excitado al punto de que esta noche regué feliz y detenidamente todo el suelo, esperando ver mañana los frutos verdes de mi nuevo experimento.
En esas andaba cuando Vela rompió el plácido sonido del agua saliendo de la manguera con sus ladridos. Por alguna razón en la noche, a la hora de regar es su momento de máxima energía. Su inquietud, como su desobediencia, no tienen igual a ninguna otra hora.
Comenzó a ladrar con saña a un perro en el jardín vecino que era paseado por dos adolescentes.
Como me molestara su interrupción, le tiré algo de agua y se alejo de la reja que separa los jardines molesta y con la cabeza agachada. Luego volvió al ataque, pero una nueva ráfaga húmeda la hizo retroceder. En ese momento Vela me miró con tristeza. Una tristeza profunda, que encerraba un especie de ira. -Ira en un perro que me quiere tanto, que tontería- pensaba ingenuamente.
Fui al rincón más recóndito del jardín a regar un pinito sembrado en lo más lejano. Sin duda el nuevo favorito, me merece atención especial. Cuando regresé de regar al pinito. Vi a Vela entre la penumbra muy ocupada y sin hacer ruido.
Algo no estaba bien, mi intuición me lo susurraba. Mi nuca se erizó un poco y apresuré a ver de cerca, ṕues obscuridad me ocultaba lo que sucedía. De pronto sentí un gran coraje contra Vela. Estaba escarbando frente al mandarino y había logrado hacer un hoyo gigante en unos segundos que me distraje. Mi mente se turbo y mi coraje se transformó en sobresalto cuando recordé que esa era la tumba de Checho desde hace un mes. Al asomarme a aquel negro agujero, entre las tinieblas del fondo pude ver algo del tamaño de una piedra de río ... un abismo negro en medio, del tamaño de una canica. ¡Checho asomaba la cabeza entre la tierra revuelta!
Me hice para atrás y solté un grito seguido de un reclamo contra la perra y un chicotazo de agua. Un yo desesperado, irreconocible, pensó de pronto en ir por la pala y enterrar tan horrible visión de lo que estuvo vivo y ahora estaba muerto y expuesto.
Tiré la manguera que empezó a echar agua dentro del agujero. Pensaba que el agua alejaría a la Vela de su terrorífico hallazgo. Corrí dentro de la casa, tomé la pala del cuarto de servicio y regresé al jardín velozmente. al asomarme a las tinieblas del agujero no vi más rastro de Checho, vi agua y tierra que había sido arrastrada por el chorro de la manguera. Me sentí confundido pero momentáneamente aliviado. Vela no estaba cerca y parecía que todo había sido una equivocación. Una breve pesadilla, una siniestra ilusión.
Tomé la pala con decisión y me dispuse a tomar tierra de los alrededores del agujero. Entre la obscuridad de la tierra noté algo que sobresalía ... una piedra ... me acerqué y la vi. La cabeza de Checho estaba fuera ... ¡arrancada de su cadáver!
Esta vez estaba más clara, y parecía verme con ese agujero negro de en medio ... con un terror en el corazón usé la pala para tirarla en el agujero y arrastre tierra como pude para taparla ... noté entre la tierra pedazos de algo ... que no era ni tierra ni piedra ... era otro algo ... supuse lo peor ... Haciendo de tripas corazón seguí jalando tierra y lo que estuviera a la mano, cuando el agujero estuvo mal tapado, empecé a cavar de otro sitio y lanzar la tierra. Pronto todo había terminado ... guardé la manguera, metí la pala ... me refugié en casa pensando aterrorizado en la hora en que saliera de casa el día de mañana a admirar el jardín ...