lunes, 27 de marzo de 2017

La vocación del padre Jaime

   Jaime era un chico fresa. El mirrey iba a la esucela más cara y la verdad es que era un buen estudiante. Capaz, comprometido, inteligente y hasta guapo.
    Este rey lo tenía todo. Era, eso si, un poco caprichoso y medio consentido. 
   Sin embargo la vida da muchas vueltas. Un día El buen Jaime oyó hablar de las misiones. El cómo se volvió misionero, no lo sabemos. El proceso de misión es partiuclar en cada persona. el ánimo de servir a otros surge como un grito interno, con un poder que simbra la vida de cada persona de manera especial. Lo que sabemos es que Jaime fue golpeado por esta inquietud y la vida lo llevó a la misión.
   Jaime estaba feliz de servir a otros, dar un poquito de si mismo: tiempo, esfuerzo y dinero. Dárselos a las gentes pobres, ignoradas, marginadas, que necesitan de todo lo que Jaime siempre ha tenido pues nació dentro de una familia rica de México.
   Jaime consiguió ropa para la gente pobre y se fue a la misión en Perú. Imagino que llevaba a cuestas un gran bulto de ropa, toda conseguida con esfuerzo y entusiasmo que le hacían sentir un gran calor en el corazón.
   Qué felicidad debía sentir Jaime al subir la coordillera andina, después de haber sido dejado con su grupo por una camioneta en mal estado que recorrió caminos de tierra y lodo, por cornizas de grandes acantilados. Gozaba estar ahí, en aquel techo del mundo, donde falta el aire y el que hay es frío y congela los pulmones por dentro mientras un sol de plomo tuesta la piel por fuera, allá donde la tierra es seca y los pirules, qué en México son grandes arboles de hasta 10 metros de alto con elegantes copas, apenas crecen del tamaño de un hombre bajito y tienen apariencia de arbustillos famélicos.
   Pues bien, Jaime con el corazón inchado de emoción se acercaba a aquella pequeña comunidad alojada a orillas del cielo. La cuesta pesaba, pero su bulto enorme no era tan pesado, dado que significaba el logro de darse, sentirse servicial y benéfico. ¡Qué gran placer! Con las fuerzas de su edad Jaime apretó el paso y se acerco el primero al grupo de casitas de adobe que se veía en lo alto.
   De lejos vió que los pobladores le saludaban y corrían con emoción a su encuentro. Jaime sonreía y regresaba el saludo con gran amor. 
   Un hombre ni muy joven ni muy maduro le alcanzó primero y con un gran cariño le saludó -Bienvenido, bienvenido papito-
   -El gusto es mío- contestó Jaime, acostumbrado a que los peruanos llamen papito y mamita a hombres y mujeres a los que se les quiere demostrar algún cariño.
   El hombre prosiguió emocionado: -Papito, confiéseme, ¿va a dar misa?, le preparamos un lugar ...-.
De pronto la sonrisa de Jaime desapareció y sintió un frio en el interior. Abriendo los ojos y con cierta timidez dijo: -yo  ... no soy padre - 
-Ah Pero viene ahí viene el padre, ¿Dónde está el padre?-
Jaime sintiendose derrotado agachó la mirada y dijo: -No vienen padres con nosotros ...-
Al hombre se le apago el entusiasmo, y solo quedó un poblador triste, rutinariamente cortés que le dijo -pase papito, pase, le ayudo-.
-Es ropa que les traje ... - Quería decir Jaime, pero estaba tan avergonzado que no podía levantar la cabeza y la voz era bloqueada por un nudo ardiente que crecía en su garganta. Lo que si salía eran unas lagrimillas que asomaban apenas en sus parpados apretados. 
   Haciendo acopio de todas sus fuerzas esbozó una sonrisa, levanto la mirada y dijo -No se preocupe, yo puedo con esto, ya está cerca... -
   -¡Que tonto! ... quise dar un poquito de mi, y eso no sirve a estas personas. Ellas necesitan que me dé por completo.-
   Algo así iba pensando Jaime mientras subía pesadamente aquel último tramo hasta la pequeña comunidad. El bulto que cargaba en la espalda nunca se había sentido tan pesado. 

Si alguien lee esto y le interesa la misión en Perú mándeme un correo a leopoldo.fosy@gmail.com

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